El promedio de participación de las cuatro elecciones presidenciales realizadas a partir de la alternancia ha sido de 62.3%. El porcentaje más bajo le corresponde a la de 2006 que apenas alcanzó el 58.6% y que, en adición, se definió por un margen estrechísimo.
Pero, los comicios del próximo dos de junio se llevarán a cabo en una situación que no existió en los anteriores. Ahora, prevalece una aguda polarización política, donde todos los días sin ningún pudor López Obrador juega el papel de compositor y director de orquesta. Además de intervenir ilegalmente a favor de Claudia Sheinbaum.
El calificativo de aguda obedece a que las posturas de los grupos políticos están muy distanciadas, mientras que la relación entre ellos ocurre en un ambiente de extrema hostilidad donde con frecuencia las razones ceden paso al insulto y la mofa, lo que se permea a las redes sociales y a los círculos familiares y de amigos.
En forma intuitiva se podría pensar que una aguda polarización política equivale a una especie de resorte comprimido que, al ocurrir un proceso electoral, se extenderá con toda su fuerza provocando una masiva participación. Pero, en la práctica los escenarios no siempre se desenvuelven de esta forma, dependen del humor social y las circunstancias que prevalezcan en cada caso.
Sin embargo, considero que en México hay elementos para pensar que, en alguna medida, sí existe ese resorte comprimido que deberá extenderse el dos de junio. En virtud, de que la ciudadanía acumula por distintas razones una larga lista de cuentas por ajustar y hay en ella un sentido de urgencia para que se dé un golpe de timón que evite el hundimiento y traiga aire fresco para plantear soluciones a los problemas que agobian su cotidianidad.
En los párrafos siguientes describo las razones por las que considero que habrá una mayor participación en las elecciones federales. Esto puede ser muy relevante para el resultado final porque, a diferencia de las encuestas que en sentido figurado equivalen a una foto plana con solo dos dimensiones: largo y alto, un proceso electoral agrega una tercera, el grueso o la profundidad. Una encuesta nos dice a partir de una muestra específica, que porcentaje votaría por cada candidato, pero los conteos definitivos de una elección dependerán de cuántos de sus sendos partidarios acudan a votar.
- La sociedad civil como protagonista en el escenario político
En elecciones pasadas los dominadores de la escena política eran los partidos que movilizaban a sus simpatizantes. La sociedad civil prácticamente no jugaba ningún papel. Ahora ella les marca la pauta. Este es uno de los cambios más importantes que han sucedido en el ámbito político nacional.
La polarización política y el embate de López Obrador en contra del Instituto Nacional Electoral y del Poder Judicial provocaron que la sociedad civil se organizara e irrumpiera en el centro de la escena política para asumir un papel protagónico que, ante la masividad, territorialidad y legitimidad del movimiento de la ahora llamada Marea Rosa, los tres partidos más antiguos tuvieron que reconocer, escuchar y unir esfuerzos. Ellos tienen la personalidad jurídica, la estructura y los recursos públicos para participar en las elecciones, mientras que la sociedad civil aporta su potencial y capacidad organizacional que integra en un tejido plano, que no piramidal, desde organizaciones formales hasta cientos de grupos y chats distribuidos en las redes sociales.
Fue un logro de la sociedad civil que los partidos aceptaran nominar al mismo candidato y hacerlo a través de un proceso abierto a la ciudadanía.
Xóchitl Gálvez juntó más de medio millón de firmas y el resto de los precandidatos sumó 1.7 millones. Estos datos y el llenado del Zócalo y decenas de plazas en las principales ciudades del País son indicativos de la capacidad de movilización y el estado de alerta de la sociedad civil, que muy probablemente se traduzca el próximo dos de junio en porcentajes de participación superiores a los observados.
- Las elecciones las deciden las mujeres
Además de no ser empático con las mujeres, el gobierno de López Obrador ha sido regresivo para sus derechos. En lugar de allanarles el camino, se los ha puesto más empinado.
Él pregona un feminismo de aparador. Presume un gabinete paritario, pero el perfil y desempeño de las mujeres que lo integran, y en general de las que gusta rodearse, es tan irrelevante, mediocre y sumiso como el de sus pares del género masculino.
A él le incomodan las mujeres con personalidad, talento, conocimientos, criterio propio y que no se amilanan ante su jerarquía administrativa. Las ataca e insulta detrás de su atril, pero no se atreve a hacerlo de frente mirándolas a la cara. Este ha sido el caso de Xóchitl Gálvez, Norma Piña, María Amparo Casar y Cecilia Flores.
Pero, al margen de estos casos específicos que pueden despertar un sentido de solidaridad al ver al hombre poderoso cebar su rabia contra una mujer, el gobierno de López Obrador ha significado retrocesos importantes para las mujeres, como es el caso de la cancelación de programas sociales que las beneficiaban: estancias infantiles, escuelas de tiempo completo y los destinados al cuidado de su salud reproductiva. En adición, por la carga de responsabilidades que ellas suelen tener en el seno familiar, también las ha perjudicado la falta de medicamentos en general, sobre todo, aquellas que son madres de niños con cáncer, así como las que tenían algún familiar en uno de los hospitales psiquiátricos que cerraron.
No hay datos que permitan establecer cómo la polarización política que ha provocado López Obrador se podría manifestar por sexos. Pero, hay indicios para pensar que pudiera existir un sesgo hacia el lado de las mujeres dado que, en los hechos, el desempeño de su gobierno con relación a la mujer obedece al más rancio conservadurismo, como él, junto con su candidata designada, lo ha hecho patente en reiteradas ocasiones cuando ha cuestionado la legitimidad del movimiento feminista y ha sido indolente para atender sus reclamos respecto a las desapariciones y los feminicidios.
Decir que en México las elecciones las deciden las mujeres no es una exageración. Primero, porque representan el 52% de la lista nominal y, segundo, porque su nivel de participación es superior al de los hombres. Por ejemplo, en 2018 tuvieron una participación de 66.2% contra 58.1% de los hombres. Esta diferencia promedio de ocho puntos porcentuales varía según los grupos de edad comprendidos entre los dieciocho y sesenta y cuatro años.
Por ende, todo hace suponer que en estos comicios habrá una mayor participación de las mujeres. Más ahora, que la presidencia se decidirá entre dos de ellas.
- Confianza en el INE
Pese a la erosión que ha sufrido el INE como consecuencia de las intentonas de López Obrador para controlarlo o mediatizarlo, la gran mayoría del electorado sigue teniéndole suficiente confianza para acudir a las urnas, conscientes de que la parte medular del proceso electoral, la votación y el conteo de votos, están a cargo de los miles de ciudadanos que participarán voluntariamente como miembros de las casillas.
- La última oportunidad para salvar a la República como la conocemos
La amenaza real del continuismo de muchas de las acciones y políticas erróneas de López Obrador que han degradado la estructura institucional del Estado y significado retrocesos importantes para el desarrollo de la democracia y la posibilidad muy factible de que él siga tutelando a Sheinbaum, representa para segmentos de la población con un nivel educativo de preparatoria hacia adelante, la condena a seguir atascados en políticas que miran al pasado y el riesgo inminente de que continue el desmantelamiento del actual orden constitucional, lo que llevado a un extremo trágico para el País podría significar un cambio de régimen mediante la redacción de una carta magna con el añejo sabor obradorista.
- El voto como vía de solución a problemas cotidianos
Adicionalmente, otros grupos sociales con un menor nivel de instrucción ven en las elecciones la posibilidad de remplazar al actual gobierno para que se atiendan sus problemas y reclamos que, en su mayoría, los consideran como la consecuencia de la ineptitud, ineficacia e indolencia de la administración saliente.
En este caso la lista de grupos afectados es larga. Sin embargo, podría integrarse por dos grandes categorías: En el primero estarían los perjudicados por malas decisiones puntuales de política pública. Por ejemplo: los familiares de fallecidos durante la pandemia, las madres que tenían a sus hijos en estancias infantiles o escuelas de tiempo completo, las mujeres que hacían uso de programas para detectar cáncer de mama o cérvico uterino, los afectados por la eliminación del seguro popular, los productores agropecuarios que se quedaron sin apoyos, el personal médico al que se le ofrecieron plazas y mejores remuneraciones, etc.
En la segunda categoría están quienes padecen problemas que la inoperancia del gobierno actual, si no es que su complicidad, los ha convertido en crónicos. Destacan la inseguridad, en especial la extorsión, la falta de medicamentos, equipos y materiales en las instituciones públicas de salud, los reiterados paros y retrasos en los sistemas de transporte público.
- Problemas de coyuntura que politizan al más apático
Existen millones de ciudadanos que en cada elección no ven ninguna utilidad en acudir a votar. Pero, esta apatía política, que se manifiesta más en hombres entre 18 y 64 años que en mujeres, suele sacudirse tan pronto los problemas que ellos veían lejanos entran a sus hogares trastornándoles la normalidad de su vida cotidiana.
Este es el caso de los apagones que han empezado a ocurrir a lo largo del tterritorio nacional, la falta de agua y el repunte de la inflación. Cada que la electricidad deja de fluir, el agua de llegar o, el ingreso familiar alcanza para menos, muchos abstencionistas crónicos podrían transformarse y esta vez sí presentarse en las urnas.
Desde cualquier ángulo estas elecciones son atípicas. No encajan con lo que habíamos vivido antes, sobre todo a partir de la alternancia, empezando por la descarada intromisión del presidente de la República a favor de su candidata, que ha retrasado decenios nuestra democracia hasta alcanzar la sombra del Maximato Callista de los años veinte del siglo pasado.
La aguda polarización política no se limita a discursos y desplantes, sino que se expresa cada día mediante un ejercicio autoritario del poder que no permite que le corrijan ni una coma. Para colmo, esta tozudes tóxica no parte del conocimiento y menos aún tiene la inteligencia como guía, lo que ha significado para el ciudadano común pagar una larga lista de platos rotos y, a la vez, hacerle más difícil el camino a la generación siguiente. Estamos anclados en un capricho absurdo al que irónicamente se le dice transformación.
Ojalá que este encono acumulado por la suma de agravios y errores imbéciles, aunada a la grave preocupación por nuestro porvenir se manifieste en una participación masiva en las urnas, para que sean millones los que digan claro y fuerte: hasta aquí. Volvamos a deliberar en voz alta, a reconocernos como mexicanos, a enriquecernos con nuestras diferencias, a sumar lo que nos asemeja para decidir juntos hacia dónde queremos ir.